Un sábado más

Un sábado más se está terminando. No quedan muchos sábados para disfrutar y pareciera que el reloj y el calendario han conspirado para hacerme más y más pequeña conforme el final se acerca.
Me encojo. Me achico en mi tristeza como el cielo que se frunce con tantas y tan fidedignas nubes. Y a la vez me agrando y me preparo para volar sobre el algodón de los dientes de león, sobre las alas emplumadas de cada diente me voy durante la tarde de tormenta.
Esta es seguramente una de las últimas tormentas. Una de las últimas oportunidades para atreverse a volar.
Pensaba hace tiempo que al acercarse la temida fecha mi corazón se encojería y se arrugaría hasta sonar como un viejo bandoneón. Pensaba que de entre sus pliegues nacería el llanto más primitivo, más infantil que la infancia de los hombres; el llanto más primigenio que ha existido. Pensaba que de entre sus pliegues nacerían un Tango y toda la familia de las canciones rancheras.
El corazón está arrugado, sí... no cabe duda; se ha desdibujado su forma de globo y ahora es el cuerpo alargado del bandoneón. El corazón está entonando las notas que pronto construirán todo el arrabal pero espera a que le den pie, a que le den una señar; por ahora el corazón está en silencio. Me detengo y lo escucho con devoción... está en silencio.
¿qué significa tu silencio corazón-oruga? ¿qué esperas?¿un compás para abrirte o para cerrarte?

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